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Disbiosis intestinal
Dieta y disbiosis intestinal
Se trata de un desequilibrio de la flora intestinal provocado por cambios dietéticos y que puede ser desencadenante de estreñimiento o del síndrome del intestino irritable
21/08/2008 Consumer.es eroski
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La disbiosis intestinal es un desequilibrio cualitativo y cuantitativo de la microflora intestinal, su actividad metabólica y su distribución a lo largo del intestino. Este desequilibrio puede estar provocado por diversidad de causas, como el efecto de ciertos medicamentos como los antibióticos, el estrés y factores dietéticos como el exceso de proteína de la dieta (sobre todo de proteína animal) y de azúcares simples, características actuales de las dietas occidentales.
Los cambios en la concentración de las distintas bacterias intestinales podrían contribuir al desarrollo o empeoramiento de muchos trastornos o enfermedades crónicas y degenerativas; desde la hinchazón abdominal y el estreñimiento crónico hasta la enfermedad inflamatoria intestinal (síndrome de colon irritable) e incluso migrañas y enfermedades inflamatorias como la artritis reumatoide.
Dieta hiperproteica y disbiosis
Según diversos estudios, la composición química de la dieta ha demostrado tener un efecto significativo en la composición y en la actividad de la flora intestinal. Se ha observado cómo las dietas ricas en fibra (con efecto prebiótico) y en probióticos (yogures y leches fermentadas) favorecen el crecimiento de las bacterias intestinales beneficiosas. Por el contrario, las dietas hiperproteicas, bajas en fibra o ricas en azúcares simples, favorecen la disbiosis intestinal con un aumento de la actividad de bacterias intestinales patógenas o de metabolitos tóxicos.
Por tanto, la presencia de muchos compuestos tóxicos depende del tipo de fermentación intestinal y ésta, a su vez, del tipo de bacterias abundantes en el intestino así como de los sustratos disponibles para la fermentación. Éstas son algunas de las informaciones que se desprenden de la revisión sobre las causas de disbiosis intestinal realizada por Jason A. Hawrelak y Stephen P. Myers, investigadores del Centro Australiano de Educación e Investigación para la Medicina Complementaria (ACCMER, en sus siglas inglesas), publicada en 2004 en ''Alternative Medicine Review''.
Según los autores, diversos estudios confirman que el consumo de un alto contenido de proteínas de la dieta puede aumentar la producción de sustancias nocivas por parte de las bacterias intestinales, provocando lo que se conoce como toxemia intestinal. Ya lo decía Hipócrates; ''la mala digestión es la raíz de todos los males''. En este sentido, se ha estimado que de un consumo diario de alrededor de 100 gramos de proteína -consumo relativamente habitual en las típicas dietas occidentales-, unos 12 gramos de proteína por día pueden escapar a la digestión enzimática del estómago y el intestino delgado y llegar intactos al colon. La proteína no digerida es fermentada por la microflora del colon con la consiguiente producción de metabolitos potencialmente tóxicos, tales como amoníaco, aminas, fenoles, sulfuro...
El amoníaco ha demostrado modificar la morfología y el metabolismo de las células de la mucosa intestinal, reduciendo su vida útil y favoreciendo el crecimiento de células intestinales cancerosas. El exceso de aminas biógenas parece tener su implicación en el desarrollo de ciertos tipos de migrañas asociadas a la dieta. La degradación de estos compuestos genera un efecto vasoditador e inflamatorio en las arterias del cerebro, lo cual explicaría el intenso dolor de cabeza en personas sensibles y con tendencia a sufrir migraña. Al parecer, en diversos ensayos se ha comprobado cómo la producción de estos compuestos se puede reducir con la combinación de una dieta rica en fibra.
El rol de la proteína animal
Numerosas investigaciones coinciden en señalar que son las dietas altas en proteína animal las que tienen un mayor efecto en la alteración de la flora intestinal. Se ha observado, tanto en animales como en humanos, que la ingestión de un exceso de proteína animal se asocia a un aumento de la actividad de ciertas enzimas bacterianas como la beta-glucuronidasa, azoreductasa y nitroreductasa, entre otras. Son éstas las responsables de la mayor liberación de sustancias potencialmente tóxicas en el intestino.
Por ejemplo, una actividad elevada de la enzima beta-glucuronidasa se asocia a un riesgo aumentado de diversos tipos de cáncer. Diversas investigaciones, la mayoría realizadas en animales de experimentación, sugieren que el compuesto químico D-glucarato cálcico, reduce la actividad de la beta-glucuronidasa, por lo que podría servir para prevenir el desarrollo de diversos tipos de cáncer. Ante estas buenas perspectivas cabe esperar al resultado de nuevas y más completas investigaciones en humanos. Lo cierto es que el D-glucarato cálcico se encuentra de manera natural en diversas frutas y hortalizas, como en naranjas, pomelos, verduras de familia de las coles (coliflor, coles de Bruselas, brócoli, etc.) y manzanas. Una vez más se confirma la evidencia del papel protector frente al cáncer que juega el consumo habitual de vegetales.