York, si. Pero no los duques de York. Dejemos en paz a la monarquía inglesa, que ya tiene lo suyo con lo que tiene. Del jamón de York, es de lo que vamos a hablar. Fue en 1945 cuando las primeras industrias cárnicas, la mayoría radicadas en Girona y por influencia francesa, comenzaron a elaborar este producto como un alimento idóneo para los estados de salud más delicados. Un origen que ha condicionado a este producto durante décadas confiriéndole una imagen casi farmacéutica, que no ha hecho mucho bien a sus niveles de consumo: 'comida de enfermos', y encima en un país con la dura competencia del jamón ibérico.
Por cierto que el jamón de York no se inventó en el condado inglés de York, como sería lógico pensar, sino por las tribus del norte de Europa como forma de conservación de la carne. El caso es que, tras su llegada a España, se extendió rápidamente entre las despensas de la población, al igual que ocurrió con otros productos recomendados por los médicos, como la Coca-Cola (que se vendió en farmacias hasta casi el siglo XX) y el yogur.
Esta popularidad le hizo convertirse en el segundo producto más importante de la charcutería después del jamón serrano, pero ahora su producción permanece estancada en España.
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