Un sencillo trabajo científico desarrollado por dos estudiantes de Nueva York ha permitido conocer el nivel de fraude que existe en la industria alimentaria en Estados Unidos, ya que ha descubierto que muchos productos no contienen los componentes indicados en sus etiquetas. El proyecto en el que se embarcaron a principios de año Brenda Tan y Matt Cost, dos estudiantes de 17 y 18 años, consistía en analizar el ADN de muestras recogidas en sus viviendas. Para ello contaban con la ayuda de la Universidad Rockefeller y el Museo de Historia Natural de Estados Unidos.
La idea era utilizar una nueva técnica que permite analizar de forma rápida y barata el ADN de plantas y animales, denominada ''código de barras genético'' e iniciada en la Universidad de Guelph (Canadá), para explorar su uso en actividades cotidianas. Los resultados del experimento de Tan y Cost han asombrado a los científicos, según ha reconocido Mark Stoeckle, del Programa de Medio Ambiente Humano de la Universidad Rockefeller. Uno de los descubrimientos más relevantes fue que de 66 productos alimentarios comprados en establecimientos locales, 11 no contenían lo que señalaban sus etiquetas.
Uno de los casos es el de un caro queso que, según la etiqueta, estaba producido con leche de oveja y que en realidad contenía leche de vaca. Ello constituye no sólo un fraude alimentario, sino también un grave riesgo para la salud de aquellas personas que padecen alergias, apuntaron los autores. Otros fraudes puestos al descubierto por Tan y Cost fueron un supuesto caviar de esturión que en realidad procedía de un pez corriente del río Mississippi, un manjar llamado ''tiburón seco'' hecho con perca africana o alimentos para perros que deberían contener venado pero que en realidad tenían vaca.
Cost y Tan reconocieron que aunque no es posible demostrar que los fraudes alimentarios que han descubierto son fruto de la voluntad del fabricante en vez de errores en el proceso de fabricación, en todos los casos hay un sospechoso denominador común. ''No sabemos cuándo sucede, pero la mayoría de los errores de etiquetado suponen la sustitución con algo menos caro y deseable, lo que sugiere que tienen una motivación económica'', afirmó Cost.
''Este informe advierte a las autoridades alimentarias y sanitarias de todo el mundo lo simple y fácil que es hoy en día comprobar y certificar el origen de los productos en el mercado, combatir el fraude y proteger la salud de los consumidores'', señaló Stoeckle. No es la primera vez que un proyecto científico de Stoeckle ha puesto de manifiesto los engaños al consumidor. En 2008, Stoeckle ofreció las mismas herramientas del ''código de barras genético'' a su hija y otra estudiante para que analizasen el sushi (la típica comida japonesa basada en diferentes especies marinas) de varios restaurantes de Manhattan. Como ahora, las dos estudiantes descubrieron un preocupante nivel de fraude en los restaurantes.
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