El estudio sobre La Cadena Agroalimentaria en España, dirigido por el profesor del IESE Juan José Toribio, ofrece por primera vez información detallada de los eslabones que participan en la cadena, sus relaciones, la estructura empresarial y las dinámicas de formación de precios. Las conclusiones del informe corroboran que “la distribución minorista no es un sector especialmente concentrado, pese a los procesos de integración de los últimos años”. De hecho, frente a algunas ideas comúnmente extendidas, el grado de concentración de la industria alimentaria es mucho mayor que el de la distribución organizada.
A partir del índice Herfindahl, utilizado por las principales autoridades de Competencia mundiales, los investigadores del IESE han calculado el grado medio de concentración de la distribución minorista y la industria agroalimentaria. Las autoridades de Competencia de Estados Unidos establecen que un sector muestra una excesiva concentración cuando el índice supera los 0.25 puntos. En el caso de la distribución minorista, el valor obtenido es de 0.103, un 59% inferior al umbral de concentración excesiva. Mientras que en la industria, el valor es de 0.148, un 41% respecto al umbral.
Además, el informe advierte de que existen 40 subcategorías de productos de consumo cotidiano (patatas chips, refrescos de cola, yogures, sopas deshidratadas, entre otros) en las que el nivel de concentración de las principales marcas de la industria supera este límite dañino para la competencia de los mercados y el bienestar del consumidor.
En la venta de alimentos frescos, el peso de las grandes empresas de distribución también está lejos de un nivel de concentración. A través del comercio tradicional se distribuye más de la mitad de los productos, mientras que las cinco principales cadenas de distribución únicamente poseen el 27% de la cuota de mercado.
En comparación con el resto de Europa, los datos del estudio también son concluyentes. La concentración de las cinco primeras empresas de distribución en España está muy por debajo de los niveles de Francia, Alemania y del conjunto de la zona del euro.
Esta realidad se traduce, según el estudio, en menores márgenes y en la ausencia de prácticas monopolísticas. De hecho, los márgenes netos de la distribución han oscilado en la última década entre el 1,5% y el 1%. Mientras que en la industria alimentaria y de bebidas los valores han oscilado entre un 4,5% y un 2%.
En cuanto a la formación de precios dentro de la cadena de valor, el estudio concluye que del precio total pagado por el consumidor, un 45% corresponde a la fase de producción, el 20% a la transformación, otro 11,2% a la distribución logística y, finalmente, un 22,4% a la distribución minorista. Y añade que la competencia real que existe en el sector permite que la distribución minorista actúe como moderador de las variaciones de los precios que se producen en el resto de eslabones, beneficiando al consumidor final.
Por otro lado, los investigadores señalan que la modernización de la distribución minorista y la aparición de las marcas del distribuidor no sólo han beneficiado al consumidor por la vía de los precios. También ha incrementado su calidad de vida, con una oferta más amplia de productos que no excluye a las marca líderes ni frena la innovación.
Finalmente, los profesores del IESE ponen la voz de alarma en el exceso de regulación comercial, que ha alcanzado niveles de restricciones mayores a lo que existían a medidos de los noventa. Las barreras regulatorias tienen un impacto negativo sobre el nivel de precios y la densidad del comercio de alimentos, que se traduce también en menor nivel de empleo e inversión en todos los sectores que componen la cadena de valor.
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