Hay dos componentes en la obesidad: el biológico y el medio ambiente.
Desde la época de las cavernas, el ser humano ha aprendido a acumular reservas de calorías y, por mucho que se traten de imponer nuevas costumbres de nutrición, si no se tiene en cuenta el componente biológico, están condenadas al fracaso.
Eso es lo que opina el experto mexicano Raúl Bastarrechea, que está enfocando su investigación en el impacto de la obesidad en el genoma humano, y quien también sostiene que, “por mucho que nos empeñemos, no podemos ir en contra de la naturaleza”.
“Somos los animales más inteligentes en la Tierra”, dice Bastarrachea en una entrevista con la Agencia Efe al analizar los comportamientos humanos, la lucha diaria por mantener el peso en las sociedades desarrolladas y en desarrollo, y su impacto en el ADN.
Bastarrachea trabaja en el Departamento de Genética del Texas Biomedical Research Institute (TexBiomed), en la ciudad de San Antonio (Texas). Participa en un programa aplicado en Estados Unidos y México para estudiar la genética de las enfermedades metabólicas relacionadas con la nutrición de las familias mexicanas, a uno y otro lado de la frontera.
“Hay dos componentes en la obesidad: el biológico y el medio ambiente, entendido este último como lo que define qué ingerimos, cuánto comemos y qué ejercicio hacemos. Si bien en el segundo componente son muchas las recomendaciones que se hacen, en el primero todavía hay mucho campo que desarrollar pero, a la larga, es el que puede definir futuras formas de actuación”, opina el experto mexicano.
Entre el 40 y el 70 % de los seres humanos tienen una probabilidad de tener una obesidad heredada, y el 10 % tiene de por sí una prevalencia para males como la diabetes. “Lo que heredamos es (una tendencia) a tener enfermedad”, dice el genetista. “Fue como la evolución nos dictó”, agrega.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad mundial casi se ha duplicado entre 1980 y 2008. En 2008 había en todo el mundo 1.400 millones de adultos con sobrepeso, y de ellos unos 500 millones eran obesos. Es decir, uno de cada diez adultos del planeta es obeso.
“Eso se debe a que el ser humano arrastra costumbres ancestrales que implicaban que quienes eran capaces de almacenar más grasa sobrevivían. Nuestros genes son ‘altamente ahorradores’. Cualquier estrategia de salud pública que evite acumular esa ‘grasa vital’, que el ser humano busca por instinto, lucha contra la evolución de la humanidad, porque los mecanismos de saciedad se activan tremendamente”, sostiene Bastarrachea.
Para el genetista, “la solución más cercana al ideal es la cirugía del estómago o del intestino, pero eso no impide que el ser humano sea susceptible a engordar”.
Bastarrachea trabaja en el departamento de genética más avanzado a nivel mundial que estudia el impacto de la obesidad. Es una ciencia en evolución que, en unos cinco años, puede dar resultados para complementar esas vertientes de decisiones personales o políticas públicas que buscan tener una vida más saludable y luchar contra el sobrepeso.
“Tenemos muchísimos avances”, agrega. Están trabajando con primates y con familias tomadas como muestra, analizando sus tejidos y estudiando sus características genéticas para que, a la larga, se sepa mejor cómo se comporta el organismo. En las investigaciones con monos americanos han podido curar diabetes con terapia génica, enviando genes al páncreas y revertir ese mal.
Y es que no solo se trata de reducir calorías con la alimentación o hacer más ejercicio, porque el cuerpo del ser humano va a compensarlo de otra manera. “Si quitas los chocolates, el ser humano lo compensa buscando sus calorías en otro lugar. Es una realidad científica”, concluye el científico mexicano.
¡Plazo de matrículación abierto!